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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Brillo de flechas

Estábamos escondidos cerca de la orilla. Entre los matorrales y las piedras. Todavía no estaba lo suficientemente fuerte como para poder caminar sin problemas. El pequeño ser intentaba aliviar mis dolores. Allí dónde me había mordido la poderosa serpiente, ahora había una gran cicatriz. En esa zona la piel se había quedado muerta y helada. Parecía que iba a tener  aquella cicatriz de por vida. Me estremecía solo de pensarlo.
La náyade por su parte había creado minúsculas esferas de cristal. Estaban llenas de agua. Podían resistir mucho tiempo sin estropearse, y servirían a Kaysa para mantenerse húmeda. Llevaba días ocupada con aquellos conjuros. En sus descansos venía a verme y me contaba leyendas e historias sobre el agua. Ella sí que conoció la época de la luz y los colores. En sus ojos se denotaba nostalgia por los tiempos pasados. Me mostró tanta confianza que una vez más me sentí cobarde. No podía desvelar el misterio de los ojos verdes. Tampoco sabría como explicarlo.
Cuando ya me encontraba un poco mejor, comenzamos a practicar con el arco. Kaysa me proporcionó flechas normales. Las que rescató de la cueva las tenía bien escondidas. No me reveló el por qué. Lo que sí me percaté, era que a pesar de que estaban escondidas, brillaban. Iba a ser complicado pasar desapercibidos con ellas. Despertaban mi fascinación.

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