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lunes, 3 de octubre de 2011

Fantasmas inalterables

En un abrir y cerrar de ojos toda la estancia se llenó de fantasmas. Algunos eran más oscuros, otros eran traslúcidos. Era impresionante la rapidez con la que se habían multiplicado. Yo estaba apoyado contra la pared. Intentaba no tocarlos para que no me traspasasen su agonía. El musgo azul había dejado de crecer. Un gran agujero se abría a mis pies. Parecía muy profundo.
Los fantasmas cada vez se encontraban más cerca de mí. Pensamientos negativos venían a mi cabeza. Momentos de tensión y angustia. Tenía que lograr salir de ahí. Quizás podría salir corriendo, era fácil atravesarles. Lo que no era tan fácil era las sensaciones que transmitían. Lo más seguro es que no fuese capaz de aguantarlo. Mi cabeza parecía un tornado de ideas que iban y venían. Ninguna me convencía del todo. Los fantasmas estaban quietos. Me estaban observando. Yo tampoco les quitaba ojo. En aquel momento me di cuenta de cuan diferentes eran todos. Eran entes no corpóreos, pero aún así tenían sus características particulares. Quizás fuesen las almas perdidas de los que murieron en aquella celda.
Mientras estaba navegando en mis pensamientos y conclusiones noté como los pies se me empezaban a mojar. Miré al suelo desconcertado. Del agujero emanaba agua. Era agua de un azul oscuro. Casi azul metálico, pero al fin y al cabo agua. Muchos trozos de musgo que había arrancado empezaron a flotar en ella. Yo estaba aturdido, los fantasmas estaban inalterables.

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